Las fiestas de El Pilar no es el único atractivo estos días para pasarse por Zaragoza. El ateneo de la capital aragonesa acoge la exposición del pintor catalánRubén Vidal. Una obra directa, sin tapujos, intensa, pero sobre todo carnal.
Su éxito, transformar la excitación en deleite compartido, en goce que parte de la modelo, de un instante pausado, fluye y te atraviesa. El óleo se transforma en aceite vital y libidinoso que da forma, con trazos firmemente vaporosos, a un soplo placentero que contagia sosiego. Pincel, pintura y lienzo. Magia.
'Pintura estrogénica', en el Ateneo de Zaragoza, del 5 al 27 de octubre de 2013.
Stefanie Anderson es modelo, pero prefiere ubicarse detrás de la cámara. Y lo hace con una frescura increíble, lejos de ese carácter 'metronómico' de su cuna alemana. Licenciada en Económicas y Marketing, su verdadera pasión es la fotografía. Una pasión que puede marchitarse. Ni en un área, la empresarial, ni en la otra, la imagen, está encontrando una salida a esta angosta crisis. Sólo en su mirada se aprecia esa hendija a un más allá apacible, sosegado y tierno. Ni siquiera los reportajes de boda, para otros obligación, para ella un cometido fogoso, chispeante e intenso, le están posibilitando un sustento como para aferrarse a esta sangrada y reseca piel de toro. Una historia, la de Stefanie, que sé que se repite por todos los rincones. El sueño que busca con vehemencia su ser corpóreo. Un sueño de reportajes de moda, de retratos, de paisajes, de vida, de todo. Un sueño ardiente que no pagará ahora facturas, pero que de tan vivo acabará por imponer su cordura.
Stefanie Anderson: "El arte toma su forma cuando el sentimiento y la ilusión inundan la inspiración que lo mueve todo. Sólo entonces se percibe el sentido auténtico de nuestras vidas".
"Con éstos no ganamos una guerra". Cada vez que el abuelo Ramón oía música que no le sonara contundente lo decía. Bueno, lo decía también cuando veía a algún joven tirillas con aspecto blando, pero eso no viene al caso. En lo sonoro propiamente dicho, siempre me viene a la cabeza su frase cuando la fragilidad se cuela en mis oídos. Al menos la aparente, la que te alcanza de primeras cuando el pop se adorna con ligeros matices roqueros. Sin embargo, la guerra tiene muchas formas. Hoy en día como crisis, con menos estruendos de morteros. Es otra forma de presentar hostilidades. Más sibilina. Cruenta e incruenta. Así de desconcertante. Y ahí hay batallas que se ganan. Instantes que, al menos, ayudan a tomar aire y ver las cosas de otro modo. Por eso con éstos sí se puede ganar de manera distinta una campaña distinta. Son UBHS. "Cinco chicos de barrio que tocan. Nada más. Sin una historia alucinante detrás". Ellos mismos están autoproduciéndose el que será su primer disco. Valientes. Y también solidarios. En vez de recaudar lo máximo para ese fin, van a dar su próximo concierto gratis para los parados. El mundo de la música siempre es fiel a muchas causas. Muy loable. Pero todavía más cuando uno sólo tiene su talento para ofrecer. Sólo por eso merece la pena.
UBHS tocará en la sala Moby Dick de Madrid el 20 de junio a las 21:00 horas gratis para los parados. Para el resto, las entradas están a precios módicos: 4 euros anticipada y 6 en taquilla.
Si quieres escuchar todos sus temas, solidarios también en esto, puedes hacerlo pinchando aquí. Muy recomendable, por el buen rollo que transmite, Mamá Cristina. Y si vas con prisa como para escucharlas todas, que es lo que deberías hacer, te gustarán también Relojero, Florecer, Mar dálmata, Gente y, por supuesto, Nubes, tema que ya tiene su vídeo.
NOTA: Y aunque suene muy frívolo, por eso lo he añadido aquí, al final, otra batalla que me han conseguido ayudar a ganar es contra el tiempo, ya que su sonido me ha trasladado a la de aquellos grupos de finales de los 80 y comienzos de los 90. Más moderno, obvio. Mejor producido, sin duda. Pero una misma sensación ante la buena música. Así que también por eso, gracias.
Asistí, una suerte, a la que ha sido una de las sensaciones de la cartelera madrileña: El intérprete. Un musical curioso en el que Asier Etxeandia repasa su corta vida. Original, entretenido. Asier me gustó algo menos cuando él más se gustaba. Pero bueno. Un ejercicio interesante del que disfruté. Tanto de lo que se veía en escena -con Gherardo Catanzaro, Tao Gutiérrez y Enrico Barbaro impecables con su música- como del espectáculo de la platea. El público se prodigó y participó bailando en pie algunos de los temas. Incluso Loles León y Bibiana Fernández replicaron a viva voz al bueno de Etxeandia, en ese toque castizo improvisado que se permite en momentos así. A ellas sí. Pero entre todo ese tumulto divertido los ojos se me fueron a una mujer. Se llama Ana. Ahí estaba en medio del pasillo grabando con su cámara todo lo que ocurría. Cómo un aspirante al Oscar como Paco Delgado movía su esqueleto; cómo un Pepón Nieto casi se lanzaba desde el palco. Ella también estaba volcada. Y vi en su sonrisa mucha pasión, la pasión por antonomasia. Como la que hay que poner siempre, y más en estos momentos, para lanzarte a producir un espectáculo. Así, Ana Sánchez de la Morena estaba a todo. A higos y a brevas. Encargándose de las entradas antes de la función y de inmortalizar, cual groupie, el fragor del teatro, del respetable totalmente entregado a un actor entregado. Regocijada. Y eso, gozar de su trabajo, de su ocupación, también es complicado. Aunque no me extraña. Le salió bien la apuesta. Sé que no es una casualidad. No se llevará los flashes. Pero consigue que brillen mucho más.
En estos días de tanta convulsión necesitaba un momento de relax. Y qué mejor forma que buscar entre la colección de discos esa dulce sensación que la música provoca en mi cerebro. Así, pasando las yemas de mis dedos por los discos, un placer como hay pocos, he parado primero en el Existir de Madredeus. Una delicia. Al devolverlo a su estantería he querido más. Insaciable. Mis ojos se han ido entonces, como lo hicieron en 1999, a esa sonrisa fresca que transmitía una tal Cristina Pato. Es lo magnífico de volver a escuchar obras que hacía tiempo no reproducías. Independientemente de su calidad. Y más, como es el caso, cuando esa virtud, esa chispa, fluía a borbotones. Sólo lograr rebobinar en el tiempo otorga una especie de paz interior que te reconcilia con todo. Y hacerlo disfrutando de esa gaita joven y descarada de Tolemia, mucho más. No siempre soy fiel. A Cristina Pato la abandoné hace mucho tiempo. Sus ojos no volvieron a cruzarse con los míos en ninguna tienda, en ningún escaparate. Hasta hoy.
Pero como el amigo al que llevas años sin ver, es recuperar ese contacto y sentir que nunca se perdió. Desconectado como estoy en muchas cosas, he buscado por la red qué había sido de su vida. Tenía claro que ese talento no se iba a perder. Pero siempre da un gusto especial el ver que aquella 'apuesta' que hice comprando su primer trabajo salió bien. Es más. En estos tiempos duros, ella sigue, fiel, ofreciéndome su música. Sin rencor. Uno tras otro, otra media docena de longplays y dos docenas de colaboraciones. Su última obra, bendita casualidad, acaba de ver la luz. Migrations. Un ejemplo perfecto de cómo el ingenio puede crecer y elevarse a lo extraordinario con el tiempo. Han sido 15 años, Cristina. Para mi suerte, he vuelto.